A la 1:30 a.m. sonó mi celular, era él, quien me desvelaba cada noche mientras lo recordaba luego de dos sorbos de cerveza.
– ¿Te espero en mi apartamento?
– Estás loco, es la 1:30 a.m.
– Ya te recoge alguien de confianza
– Vea pues
– Te espero
Por fortuna para mí ese día tenía uno de esos vestidos delicadamente seleccionados para enloquecer a cualquiera, era mi intención claramente pero ¿era la de él enloquecerme? Llegué a su apartamento. Un par de cervezas frías me esperaban en la mesa de centro, se escuchaba salsa y olía a su loción, esa que siempre me despertó de todo, entre mariposas y sensaciones húmedas en mi cuerpo.
– ¿Cómo te fue?
– Bien, llegué sana, lo que no sé es si estaré a salvo
– Jaja claro que sí, nada de lo que no quieras que pase, pasará
– Que bueno, porque quiero muchas cosas
– ¿Como cuales? Me dijo mientras se acercó lentamente a mí, me dio un beso en la mejilla, uno más cerquita a los labios, paso su lengua por mis labios mientras yo me derretía por dentro. No me limité, tenía un par de cervezas encima, un deseo contenido por años y la oportunidad perfecta para sacar todo esto y disfrutarlo. Correspondí a su juego, le di un beso suave en los labios, lo miré fijamente mientras me alejaba un poco de su rostro y me acerqué suavemente a darle uno más húmedo, con mi lengua jugando en sus labios, en su boca… Sus manos ya estaban en mi cintura, acercando mi cuerpo tanto como pudo al suyo, las mías estaban sobre sus hombros mientras acariciaba suavemente su cuello. Los besos empezaron a subir de tono, se tornaron rojo pasión mientras sentía como su pene empezaba a erguirse cerca a mi vagina. Bajé suavemente mis manos hasta su cadera, subí suavemente su camisa y él ya tenía sus manos sobre mis piernas, subiendo suave y lentamente el vestido enloquecedor, el mismo que amó en alguna de mis fotografías. Desabroché lentamente su camisa mientras mis manos se paseaban por ese pecho sexy, más intrigante que el que recordaba, bajé mis manos hasta su pantalón, desabroché el botón, bajé su cierre y yo, yo ya no tenía mi vestido, me acompañaba la ropa interior, cuidadosamente seleccionada para sacar suspiros y deseos. Los besos no cambiaban de tono, eran rojo pasión, enloquecedores, pero él cambió de posición y con besos suaves se ubicó detrás de mí, su lengua humedeció mi cuello, sus besos empezaron a bajar por mi espalda mientras yo me estremecía y mi vagina pedía a gritos ser esculcada por su pene. Llegó al broche de mi sostén, sus manos que acariciaban mi abdomen descubierto llegaron a él y lo soltaron, siguió bajando hasta toparse con mi cadera y suavemente terminó de desnudarme mientras sentí su lengua juguetona en la base de mi cadera. Humedeció toda mi cintura para ubicarse justo en frente mío, terminé de bajar su pantalón, su ropa interior y justo en medio de nuestra más sincera posición reconocimos cuánto nos deseábamos. Un par de besos más apasionados, suaves, disfrutables como las mariposas en el estómago, la vagina tan húmeda y su pene tan erecto como ambos lo imaginábamos y deseábamos. Sus dedos encontraron esa humedad, mis manos su pene erecto y deseoso, unos minutos de juego que lograron unos gemidos suaves de cada uno y poner color naranja el ambiente. El próximo destino fue disfrutar del cuerpo del otro, las sensaciones que se escapaban en los movimientos y el calor llegó al punto de tener una necesidad incontrolable de penetración. No nos dimos más espera, mientras puse el condón en su pene permití que me deseara tanto como yo a él, dejé que entrara lenta y suavemente mientras se me escapó un gemido absolutamente excitante para ambos, su rostro me dejó verlo. Uno sobre el otro, cambiando de posiciones, de velocidades en la penetración, aumentando las ganas por el otro y dando todo para ser esos amantes que nos deseamos por mucho tiempo. Las posiciones, las caricias, los besos, los suaves gemidos que excitan no cesaron, el encuentro se tornó tal como ambos lo imaginamos, tal cual lo construimos. Disfrutamos cada segundo de penetración, afianzamos nuestra relación y nos convertimos en amantes, llegamos a nuestro clímax y disfrutamos de cada uno después de él. Acaricié su pecho mientras él me miraba fijamente y sonreía, una sonrisa coqueta y antojadora, una sonrisa hecha con amor y sexo como ninguna otra, sus manos recorrían mi espalda suavemente y sus besos seguían siendo deliciosamente excitantes mientras las cervezas de la mesa se ponían a temperatura ambiente.
Escrito por Eri Giraldo.
Deja tu comentario